viernes, 5 de noviembre de 2010

La globalización imperialista

Este artículo fue publicado por Altermedia net (España) en el 2003.

Por Julio Yovera B.

Mc Luhan habló de la “aldea global” para simbolizar la integración del planeta gracias al desarrollo y el progreso de las comunicaciones; pero, a pesar de su agudeza, la metáfora quedó corta, pues, no se percató que una intensa tempestad empezaba a ponerse en marcha y que, si bien no era nueva, aceleró cambios no en provecho de todos, sino de unos pocos, que, de pronto, se convirtieron en una fuerza poderosa, tanto así que de ella depende nada menos que la suerte de todos los seres que habitan el planeta. Los especialistas que estudian los sucesos contemporáneos, casi nunca hacen referencia a la imagen de Mc Luhan, en cambio hablan de globalización, al extremo que se ha convertido en una expresión obligada para hacer referencia a estos tiempos..

La “globalización” es una estrategia de dominación económica, cultural e ideológica, que les permite a las clases dominantes, con el argumento de la desideologización, extirpar toda forma de pensamiento que no coincida con sus intereses. A punta de chantaje pretenden silenciar las voces contestatarias y progresistas para que sólo se escuche el coro de los apóstoles modernos, quienes nos recuerdan de manera insistente que ha muerto para siempre el sentido y el valor de los estados y las naciones. Su himno casi celestial es: “o nos globalizamos o perecemos”. Mario Vargas Llosa, que es un arquitecto genial de la creación literaria, pero que es un analista prejuiciado del mundo que vivimos, nos hizo hace algunos años un llamado apologético: si es que no dirigíamos nuestros pasos por la senda de la modernidad iríamos al infierno. Hoy podemos decir que estamos a puertas del infierno por obra y gracia de la globalización capitalista.

La globalización pretende imponer el pensamiento occidental como el único válido, e ignora la cosmovisión de las poblaciones nativas como ignora también que los 25 millones de peruanos, cerca de 4 millones se comunican en quechua, en aymara o en lenguas amazónicas, igual que ignoran (o subestiman) la cultura, la identidad étnica, diversa y única al mismo tiempo. Además, en un país polarizado y fraccionado como el nuestro, no es nada favorable engancharnos a la globalización sin estar previamente integrados. Con esto queremos decir que la globalización acarrea no sólo un problema económico, sino también de índole cultural e ideológico, ¿puede la globalización capitalista respetar nuestras particularidades o nos considera un simple grupo al que puede anexar a sus patrones de dominación?

La globalización se incubó en un mundo donde el capitalismo, desde finales de los 70s buscaba crear las condiciones para convertir al planeta en un gran mercado que les permitiera producir en cualquier punto del mundo para optimizar la renta del capital, generar un mercado mundial y crear un estilo de vida y de pensamiento que haga eterna la vieja sociedad, que desde hace más de dos siglos viene esquilmando a los seres humanos y depredando el planeta. No es, pues, un nuevo orden como lo postularon Toffler (la tercera ola), Drucker (la sociedad del conocimiento o el post capitalismo), sino la hegemonía omnímoda del sistema capitalista sobre los países del segundo, tercero y cuarto mundos.

La estrategia de la globalización capitalista llegó con un programa de reformas neoliberales. Su objetivo fue superar la crisis que el modelo proteccionista había generado. Es una propuesta que los gobernantes empezaron a tomar en cuenta precisamente porque uno de sus postulados básicos eximía a los Estados de toda responsabilidad en el gasto público, que en una sociedad en crisis les permitiría ahorrar y hacer caja fiscal. Cuando dedujeron que esas políticas les representaban ventajas, empezaron a imponerlas. Es así como iniciaron un proceso de privatización afectando la educación y la salud de los pobres del mundo.

La aplicación de este programa en América Latina se ha dado de manera independiente a regímenes dictatoriales o “democráticos”, el Chile de Pinochet y el Perú de Fujimori, lo han experimentado; y también, para desgracia nuestra, el gobierno de Toledo Manrique, que, tendrá perfil andino pero cuyo pensamiento es el de un pongo cuando se trata de defender los intereses de los dueños del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. Hay que agregar que en los países de América Latina, exceptuando Cuba, los modelos de sociedad y economía, nos han sido impuestos en provecho de las clases dominantes.

Veamos, a manera de un paneo parcial, lo que va dejando a su paso el neoliberalismo y la globalización, dos fenómenos imbricados de un mismo proceso de reestructuración del capitalismo: 2/3 de la población mundial las cobija la pobreza todos los días; un puñado de 358 millonarios es superior a los ingresos anuales del 45 % de los más pobres del planeta (PNUD). Mientras el 20 % se apropia del 87.2 % de la renta del mundo, el 80 % apenas accede sólo al 17.3 %. “Mientras en 1960, el 20 % de la población mundial, que vivía en los países más ricos, tenía un ingreso 30 veces superior al 20 % de los países más pobres, en 1995 ese ingreso era 82 veces superior” (Ramonet, citado por F. Houtart y F. Polet, El Otro Davos).

Más de 17 millones de personas mueren de enfermedades infecciosas totalmente curables. Millones de peruanos son arrojados de sus centros de trabajo. En el Perú, el 25 % de la población infantil menor de 5 años padece de desnutrición y que en zonas del llamado trapecio andino, en particular en Huancavelica, llega al 53.3%. Y sin embargo, la sensibilidad ha desaparecido en los gobernantes, y todo para respetar los cronogramas de pago de la deuda externa. La agresión no sola ataca a la especie humana y la sociedad; el capitalismo también amenaza el planeta. Los daños ecológicos cometidos por los grandes empresas: deforestación, deterioro de la capa de ozono, contaminación de las aguas del mar y de los ríos, son irreversibles.

La globalización ha convertido al gobierno norteamericano en el gran gendarme del mundo, quien puede violar la soberanía de los Estados e intervenir con la mayor impunidad allí donde vea que un pequeño pueblo se oponga a su dominación económica y a su cultura. Con el pretexto de sofocar los llamados brotes de terrorismo desatan acciones militaristas, que causan enormes pérdidas de vidas humanas y crímenes de lesa cultura, como el ocurrido en Irak. La globalización es también una estrategia bélica dispuesta a sofocar a fuego la protesta de los pueblos. Estados Unidos y Europa gastaron en armamento bélico 780, 000 millones de dólares, además, un billón de dólares para hacernos creer que vivimos en el mejor de los mundos (Idem.)

En los últimos años los amos de la globalización tratan de crear una corriente de opinión a favor del Area de Libre Comercio de las América, ALCA, que es una propuesta de intercambio comercial totalmente desfavorable para los países al sur de Estados Unidos, pues, nuestra estructura productiva, tanto en la industria como el agro, está completamente recesada por efecto de una política económica que impone la libre importación en perjuicio de la producción nacional. El ALCA es parte de esa estrategia de dominación que impone el imperio sobre los países de nuestro continente. Lo mismo está ocurriendo con las propuestas de reforma educativa que en particular el Banco Mundial viene desplegando a fin de promover concepciones educativas y pedagógicas que, con el argumento de la calidad, imponen la privatización y una educación individualista y pragmática.

Por supuesto, la ofensiva del gran capital por imponer su estrategia de dominación genera en los pueblos movimientos de resistencia llamados anti globalización. Ello no es en absoluto una postura necia de cerrarnos al desarrollo de la ciencia y la técnica. Todo lo contrario. Se trata de movimientos que reivindican la importancia del conocimiento y el desarrollo científico. Las tendencias antiglobalizadoras se vienen extendiendo en el mundo. Entre el 6 y 10 de noviembre del 2002, se reunió el Foro Social Europeo, demandando un orden económico y social mundial más justo. En Seattle, Munich, Barcelona, los ciudadanos, sin distinción de razas y fronteras, se sienten convocados y salen a las calles a condenar la dominación de la globalización capitalista, a exponer sus reivindicaciones y a decirnos que un mundo mejor es posible. Federico Mayor, el ex presidente de la UNESCO, aboga por un mundo más justo. El otro Davos es una respuesta que desde 1999 viene dando personas que han asumido el compromiso de luchar por un orden mundial distinto al que impone el sistema capitalista. Allí están, entre otros, Samir Amin, F. Houtart y F. Polet, dirigiendo esta experiencia.

En nuestro país, desde los sectores democráticos, se empieza a gestar un movimiento antiglobalización, que tiene como ejes de lucha: una nueva república, una propuesta autocentrada de desarrollo; un programa económico al servicio del hombre, relación armónica con el medio ambiente; respeto a la dignidad de la persona humana, diversa y vasta culturalmente, donde se integren objetivos locales, regionales, y nacionales con objetivos continentales y mundiales, tomando como norte el logro de un orden social justo.

Eso significaría que la producción y la economía se gestan sobre relaciones nuevas de igualdad y respeto. Además, cuando millones de personas demandan que sus Estados asuman sus responsabilidades, que planifiquen su desarrollo, que regulen su economía. Todo ello es la mejor demostración que la unión de los pueblos, el respeto a las naciones, la vigencia de los Estados son necesarios. En conclusión, un mundo mejor es posible, pero éste deberá transitar en sentido contrario al de la globalización capitalista.

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